No he escrito ningún obituario y no voy a ser brillante. Toca escribir con el corazón, con el agradecimiento y con el recuerdo. Lo que salga. Y sí, tengo miedo por el futuro. No sé si habrá relevo. No sé si habrá Logroñés más allá de los próximos meses. Cualquiera que coja el testigo tendrá mi apoyo incondicional. Ese puesto conlleva un sacrificio personal que no todos estamos dispuestos a cargar.
Eduardo siempre estaba ahí. En los viajes, en los partidos y sobre todo en esos días entre semana en Agosto en los que un loco de Madrid acostumbra a bajar del pueblo de sus ancestros a recoger el carnet, saludar a la gente y preguntar cómo va la siguiente temporada y como están las cosas. Siempre tenía un momento para saludar. Las preguntas nunca quedaban sin respuesta. Y sé que podía haber una llamada, un jugador o un representante con cita.
No podía haber más. Hoy no voy a entrar en polémicas. Nuestro Logroñés es un colectivo pequeño. El presidente no es ningún tipo de influencer y menos en un microcosmos como La Rioja y Logroño, tan poco dado a favorecer el camino de aquel que empieza desde abajo. Ser presidente, por tanto, no era un lucimiento personal, era estar ahí, con toda su gente. Mantener la calma y ser la imagen del club explicando, convenciendo.
Quince años. Demasiados momentos invertidos (espero que no los haya dado por perdidos) en el club y en sus aficionados. Personalmente no hay palabras para agradecer ese sacrificio. Tras él hay muchas alegrías, muy buenos partidos y más de una celebración, además de muchas personas que hoy forman parte de mi vida como amigos y amigas a los que encomendaría el cuidado de mis hijos y una excusa para ir de vez en cuando a una tierra que forma parte de mis orígenes y mi manera de ser.
Eduardo, presi, dale un abrazo a Miguel Ledo, a Félix Varea y a todos los que se nos han ido. Esperadnos en ese anfiteatro de honor, al que llegaremos algún día. Ten por seguro que hemos tenido una vida cuando menos un poco mejor gracias a tí.
Aupa Logroñés.
Un abrazo del Abu